lunes, 28 de febrero de 2011

GUAU! (dijo el perro)



Durante el mes de Enero he estado trabajando con los nómadas en un taller de documental en Galilea, en la selva amazónica de Perú. Es una pequeña comunidad nativa wampis, a 6 horas por río de Nieva, la última ciudad con carretera. Ahí he visto los mejores atardeceres de mi vida. Todos los días,mientras el sol descendía, habían 3 minutos en los que el cielo se teñía de un rosa tenue que invadía el ambiente. En cuestión de segundos, un aura rosada invadía todo, como si filtraran el sol con un papel y minutos más tarde lo retiraran para que la noche se abriera paso.


Imagen del grupo del que era tutor rodando en casa de uno de los personajes del documental. El cortometraje retrata a tres generaciones de mujeres wampis que narran las oportunidades que han tenido en la vida y cómo han acabado


EN EL CAMINO (y sigue)

2.

Hoy he preparado para cenar tortilla de patata. Desde que estoy aquí he depurado mi técnica, porque en España hice una o dos en 26 años. Aquí las 5 o 6 veces que he podido acceder a una cocina con libertad he preparado sólo tortilla. Esta vez creo que es la mejor que he hecho hasta la fecha. Para América somos tortillas de papa andantes, que conviene recordar, la papa se la robamos, como todo lo demás, y añadiendo unos simples pocos de huevos la convertimos en patrimonio nacional. Por eso en cada tortilla doy lo mejor de mí…

Ayer preparamos Ana y yo paella. Con el pescado que nos colaboraron las mamitas en el mercado hicimos un caldo y le añadimos los 10 camarones que teníamos. Al final lo único que tenía de paella era el caldo, no había ningún bicho, ni paellera,…el arroz me quedó crudo por los lados…he fallado como español.

Por cierto que en Perú tienen un plato parecido a la paella llamada arroz con mariscos. Nadie sabe decir todavía a ciencia cierta cual es la original y cual la copia...

3.

Ya no importa la fecha que es, no anoto los días ni el mes. Sigo en Vilcabamba, enamorado de sus paisajes y personajes. Me acuerdo de Hans, el viajero sin rumbo de la última novela que leí, que quedó atrapado en la ciudad de Wandernburgo sin saber por qué. Los días van pasando con ritmo cíclico, sin acelerones, cada día surge una actividad que nos mantiene a todos ocupados. Hoy es lunes y nadie tiene que madrugar para ir trabajar; nadie tiene que tomar el metro, ni que correr porque llega tarde a alguna cita. Hoy Leonor cose, Marcela estudia un libro y hace anotaciones en su cuaderno de viaje; León teje otra pulsera, Mauri prepara pan integral en el horno y Amondin y Hugo se van a pasear por la montaña. Ana juega con Arum a hacer animalitos de plastilina y Zampa, machete en mano, limpia la entrada de malas hierbas. Todos aprendemos de todos, todos se alimentan de lo que hacen. Ayer a la noche lo hablé brevemente con Leonor. Aquí trabajamos para nosotros mismos, sin patrón, sin ambiguas jerarquías que nos ordenen qué hacer, sin puestos de trabajo que nos digan qué somos. A golpe de nuestra propia rutina, somos como un cuerpo que trabaja para el conjunto, sin nadie que destaque, sin envidias ni recelos.

Ayer fui a dar un paseo matutino por la montaña hasta llegar a una pequeña cascada donde me bañé. Al mediodía estaba hambriento, tras seis horas de caminata y caí por el restaurante con el menú más barato. Hace días que no como carne y se siente bien. En una mesa estaba Javi, un antiguo inquilino de la casa, natural de Barcelona. Estuvimos hablando de nuestros orígenes, de cómo nos educan para acumular riquezas que luego nunca podemos disfrutar porque tenemos que pagar innumerables facturas. Él toca el didgeridoo para sacar el alimento de cada día. Esa mañana había sacado cuatro dólares con los que puede almorzar y cenar, tomarse un café a la tarde y acompañarlo con un par de cigarrillos. ¿Para qué más?. Tengo toda la tarde libre para dedicarme a leer, a escribir, o a lo que quiera, dice sonriendo. La conversación deriva por muchos lados. En uno de ellos hablamos de las discotecas, de cómo la gente no va a bailar si no a un desfile de modas patrocinado por Cristianos Ronaldos y Shakiras. Me vienen recuerdos de aquellas noches. Recuerdo que muchos días me encerraba en mi cuarto, a pensar obsesivamente en algo que estuviera trabajando y al caer la noche necesitaba desfogarme. En mi círculo de amigos bromeábamos con que todos teníamos a una pequeña bestia en nuestro interior que nos empujaba cada noche a emborracharnos y buscar a una presa que llevarnos a la cama. Era la bestia quien quería drogarse, quería gritar y armar un escándalo, cantar junto a los borrachos, meterse en la profundidad de las cloacas de Madrid, codearse entre las ratas, oler nuestros propios excrementos.

Hace tiempo que no siento la llamada de la bestia. Ya no tengo que alimentarla porque acá no tiene oportunidad ninguna de salir, no le doy motivos. Acá hay luz, incluso de noche.

domingo, 27 de febrero de 2011

Cuestion de narices

Ayer me fui con los chicos a "hacer el mercado". Cogimos un taxi y nos fuimos a Loja, la ciudad más cercana a Vilcabamba que cuenta con un mercado grande. Ibamos cargados con mochilas vacías y unos pocos malabares abrazados a narices de payaso. Ana hizo malabares con cuatro bolas y luego bailaba con el contact. Leonor danzaba junto a sus banderas, mientras León amenizaba con el tambor y un didgeridoo (no sé como se escribe esa mierda). Yo, me puse mi nariz de payaso.Y...

...fue increíble. De pronto me olvidé por completo de mí y me convertí en un niño, un niño con una nariz que jugaba entre plátanos, tomates y yucas. Pusimos el mercado patas arriba, todos las mamitas reían tras sus puestos y nos colaboraban felices. Resultado final: cinco mochilas llenas de verduras, queso y pescado. Cuando digo llenas, me refiero a: 5 kilos de platanos, 3 brocolis, 4 coles, 1kilo de manzana, dos papayas, 1 kilo de tomates, papas, cebollas, como 3 kilos de zanahorias, cinco quesos enteros, y como 30 piezas de pescado y medio kilo de camarones. Y todo esto por el módico precio de unas sonrisas. Nunca pensé que mi nariz fuera a dar para tanto. Salí liberado, excitado, empinado y con una mochila muy, muy pesada que cargar de vuelta.

Y pensar que a veces he pasado hambre o he tenido que contenerme con el dinero porque eso de hacer el payaso no es un trabajo o no sirve para nada...bueno, para algo si sirve.

Un beso españa

jueves, 24 de febrero de 2011

Funcion de cine en la comunidad nativa de Chapiza, en la selva amazónica de Perú. La comunidad no cuenta con luz eléctrica regular ni agua potable. La única manera de llegar es tras 7 horas de barca desde la última ciudad con carretera. La electricidad la obtuvimos gracias a un motor de una tiendita que es la única que cuenta con motor. Tiene electricidad entre las 6 y las 9 de la noche y todos se agolpan a ver el Chavo del Ocho . La función de cine empezó a las 7 de la tarde y estuvimos hasta que se acabó la gasolina que trajimos, a eso de las 12 de la noche. Nadie se levantó de su sitio. Nunca he visto tanto ojos pegados a una pantalla. Todos gritaban: otra, otra, otra...La luna llena presidió el acto.

EN EL CAMINO


La noche me sirve de sábana, no me falta más ná

Durante mi estancia con los Cinecitas (los alemanes con los que viajé durante noviembre y diciembre) hicimos una función en Copacabana. Ahí conocimos a una chica española de nombre Ana. Iba camino de Chile en busca de su hijo, al que no veía desde hacía 15 días. En el momento supuso una persona más, alguien más en el camino.

Casi tres meses más tarde me encuentro con los Nómadas en Vilcabamba, Ecuador. Estoy grabando con Tere y Luna las imágenes que proyectaremos luego durante la función. Hemos ido a dos colegios, es mediodía y damos por concluído el trabajo hasta después del almuerzo. En una esquina de la plaza principal, Luna está comprando unas empanadillas a una chica argentina. Las grabo un poco. Leonor, una chica joven de acento argentino, me pregunta por la cámara, por el trabajo que hacemos con nómadas, y yo a su vez le pregunto qué hace, de dónde viene, a dónde va. Dice que vive en una casita de un gringo que se fue y le dejó la casa a un francés y su pareja española. Ahí viven todos juntos además de con su pareja, Zampa, quien aparece al rato con otra canasta repleta de empanadillas todavia calientes. Es raro encontrarse en Ecuador con semejante calidad de empanadas: una masa cubierta con granos de linaza, rellena de cebolla, espinaca y tomate. Aunque quizás lo más raro es que no lleva carne. Leonor me invita a un tallercito que va a hacer en su casa de fotografía estenopeica, el día después que se vayan los Nómadas y yo quede abandonado a mi suerte. No tengo idea de a qué se refiere, pero suena interesante. Todo suena ahora interesante.

Nos despedimos y cruzo la calle. Ahí me encuentro con una chica de unos 28 años, morena, hermosa como el diablo, enganchada a su hijo rubio y a un hombre de aspecto francés, grande, fuerte, de rostro parecido a Javier Bardem. La chica me saluda. Es Ana, de Copacabana. Ana y su sonrisa gigante. Ana y su hijo rubio. Me habla de Cinecita, de Copacabana, de cómo se puso a llorar cuando pasamos el videoclip de los niños de Bolivia que le dedicaban una canción a su madre en clave de hip-hop…Sonríe, mira a su hijo. Le hablo de la función de hoy a la tarde y nos despedimos prometiéndonos volver a vernos.

Dos días más tarde me encuentro escribiendo estas líneas en casa de Ana, León, su novio francés, Leonor y Zampa, la pareja argentina, Marcela, una chilena socióloga y Hugo y Amondin, una pareja francesa.

Ayer fabriqué mi cámara estenopeica con Leonor y Zampa, hoy he hecho baguettes rellenas de ajo y queso con Ana, croissants y panes con chocolate con León, he aprendido a coser a máquina gracias a Amondin, y me he despertado saludando al sol con Hugo. La casa está situada a las afueras de Vilcabamba, en lo alto de un cerro desde donde se ve todo el valle. Son dos casas: una sirve de dormitorio a Ana, Leon y su hijo. En la otra estamos los demás, y es donde está el salón, la cocina y el baño. Tienen agua que pagan y la luz la pinchan del poste eléctrico. Una hamaca colgada del patio sirve de lugar de siestas y reunión. El machete de León, clavado en una viga del patio, da sombra sobre el monociclo de Ana. Duermo sobre un colchoncito en el salón, la luz matutina me despierta sin vergüenza. Preparo café de filtro. Enciendo un puchito de tabaco local, sembrado y recogido por los viejitos eternamente jóvenes. Me dan ganas de cagar.

Vilcabamba se ha hecho famoso por su agua, supuestamente con efectos curativos y que retrasan el proceso de envejecimiento. Muchos gringos invierten comprando fuentes de agua o terrenos donde construyen casas, hoteles y spas y que luego venden en Estados Unidos al doble de su valor. Muchos de ellos viven en comunidades sin contacto con la gente local, autoproduciéndose y sin interés en aprender una pizca de español. Todo un ejemplo de convivencia capitalista e imperialista. También dicen que con el 2012 y el cambio de año azteca el mundo entero se destruirá salvo algunos pocos lugares y Vilcabamba será uno de ellos. Por eso, en un acto de amor espontaneo y universal, algunos pocos gringos se están comprando todos los terrenos disponibles aqui.

Ana me recuerda a Aurora, tiene ese halo de madre natural, como si su espíritu encontrara en ese rol la armonía universal. Siempre sonríe, siempre bien. Es de Moratalaz, lleva seis años fuera de España, se dedica al circo y ahora a criar su hijo, Arún, tres años y tan despierto que ya le da mordiscos a la vida. León es como su nombre suena. Prepara croissants como un bailarín de tango sobre la pista de baile. Sus movimientos tanto con el rodillo como con el machete son rápidos y enérgicos, precisos, sin falla alguna. Encajaría perfectamente en uno de esos programas de National Geographic, en los que una persona sobrevive a todo tipo de situaciones salvajes con un palo, una cuerda y un chicle. Ayer me enseñó a hacer un fogón para cocinar con una lata de refresco y alcohol de quemar. En la puerta de su casa preside una bicicleta con un motor añadido que compró en Colombia por 300 dolares. Con ella se ha recorrido todo centroamérica. Cuando le pregunto cómo llegó a sudaméricama, me contesta tranquilo que es el último continente que le faltaba por visitar. Leonor y Zampa llevan dos años viajando e impartiendo talleres de fotografía a la voluntad. En su pasaporte, sellos de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Sus caras de duendes, me recuerdan a Gelsomina y Zampanó, de “La Strada” de Fellini. Hugo y Amondin, viajan desde hace cuatro meses por Venezuela, Colombia y Ecuador. Hasta ahora iban en un camioncito en el que viajaban y dormían. Cruzando por Venezuela se encontraron con Leonor y Zampa haciendo autostop y viajaron juntos varios días. Un buen día Hugo decidió abandonar el camión tras comprobar que había pasado más tiempo en todos los talleres de Colombia habidos y por haber que viendo el paisaje. Hugo ha recorrido medio globo, talando árboles en Canadá a hectárea por día, como técnico de sonido de gira por Chile de una banda punk de Bilbao (Josu Distorsión y los del Puente Romano), como rescatistas de ski en los Alpes franceses, es campeón regional de parapente y sigue tachando una larga lista de montañas que le faltan por escalar.

Y yo.

Uno se siente tan pequeño aquí.

En esta casa el tiempo se detiene. Supongo que por eso me es imposible determinar la edad que tienen. Todos comparten todo y trabajan compenetrados. Unos preparan el almuerzo, otros limpian, otros venden pan y con ese dinero compran más alimentos. La comida se convierte en lo fundamental, en ritual que unifica e iguala. Los platos se sirven con espontánea medida, con igualdad comunista. Todos sonríen, contentos con su porción de alimento diario. Nadie parece pedirle a la vida nada más de lo que tienen. Bueno, algo así: que allá donde estén, tengan suerte en el camino.

PAN RELLENO (empanadas vegetales de Leonor y Zampa)

Para la masa:

1 kilo de harina

1 cucharada de sal

2 cucharadas de aceite (o manteca de chancho o vegetal)

1/2 litro de agua

Una cucharada de levadura

Una cucharadita de azúcar

Semillas de linaza

En un balde se pone el agua tibia junto con el azúcar y la levadura y se espera a que la levadura rehaga grumos. En otro balde se mezcla lo demás y se va añadiendo el agua con todo. Se deja reposar un día y se tapa con un paño.

Para el relleno:

Espinacas

Acelgas

Cebolla

Pimiento

Huevo hervido

Maíz hervido

Queso

Ajo

Se cocinan todos estos alimentos. Con la masa se hacen circulos del tamaño de un cuenco. Se rellenan y al horno.


BON APPETIT !!