miércoles, 30 de noviembre de 2011
viernes, 2 de septiembre de 2011
miércoles, 27 de julio de 2011
pero yo estoy bien
lunes, 11 de julio de 2011
martes, 14 de junio de 2011
collage democracia real
Retratos de la manifestación frente al consulado de España en Cartagena de Indias, Colombia.
domingo, 12 de junio de 2011
DE PAPITOS Y PAPASITOS
sean los hombres quienes lo hagan?.
con un hombre español o un colombiano o de donde sea.
viernes, 10 de junio de 2011
martes, 7 de junio de 2011
sábado, 21 de mayo de 2011
SPANISH REVOLUTION EN CARTAGENA DE INDIAS
Cumbia de los indignados
lunes, 16 de mayo de 2011
lunes, 9 de mayo de 2011
pajaro sobre cactus
sábado, 30 de abril de 2011
Recomendación del día
miércoles, 27 de abril de 2011
viernes, 15 de abril de 2011
Domingo de Abril en San Agustín, Colombia.
Tras el almuerzo me quedo tomando tinto (café con panela, un concentrado de azúcar) y conversando con la hija, Liliana. Ya no creo en el amor, me dice con la mirada centrada en su patacón (plátano macho aplastado y frito). Es que les pelea mucho, intercede Doña Ana. Sí, es verdad, yo les doy cachetadas, así, y me muestra cómo lo hace. Peleona en el amor y en el trabajo, le digo. El otro día Liliana me contó que la despidieron del trabajo de enfermera, donde ganaba novecientos cincuenta mil pesos, y ahora ayudaba a su madre en el pequeño negocio. Doña Ana en seguida pregunta cuanto gana una enfermera en España. Es que la echaron por peleona, añade algo desconsolada Doña Ana mientras Liliana me mira pícara y despreocupada. Para después de Semana Santa quiere probar suerte en Bogotá. Ella es la única que todavía vive con sus padres. Por lo menos yo trabajo, me dice, no como usted que es un perezoso y sólo viaja.
Madre e hija empiezan a cocinar a las cuatro de la mañana en el mismo puesto del mercado donde tienen un fuego a gas y varios útiles. Trabajan todos los días de la semana hasta las seis de la tarde o hasta que haya clientela. El almuerzo son tres mil pesos pero se le puede rebajar a dos mil quinientos con un poco de llanto. Rentar mensualmente el local les sale a treinta mil pesos. Además tienen una finca donde cosechan café y verduras y frutas típicas de la región. Es comida sencilla pero a la que le sacan provecho a cada sabor.
Más que madre e hija parecen dos amigas adolescentes, cuchicheando y riendo entre ellas continuamente. Cuando te hablan apenas le miran a uno a los ojos pues están atentas a todo cuanto ocurre a su alrededor, como esos animales del desierto africano que montados en sus dos piernas miran nerviosos de un lado a otro, con el mentón en alto, en señal de alerta. No importa si una está fregando o cocinando o sirviendo, siempre están atentas a cualquier incidente (la señora Julia ha traído chirimoyas, ¿de dónde las habrá sacado?) o a cualquier cliente que pase por ahí y al que arengan con el clásico colombiano: a la orden! En cualquier comercio siempre te reciben o te despiden con la misma consigna, algo que yo sólo había oído en el léxico militar (en las películas, claro). Yo me casaría con un cura, me dice Liliana sirviéndome otro tinto recién hecho, tienen una renta de por vida y siempre me sería fiel. No creo que haya que ir hasta ese extremo, le digo, pero tú no pierdas la fe en el amor, siempre aparece, de improviso. Yo ya me he olvidado de eso, dice. No mujer, eso es como andar en bicicleta, uno puede estar 20 años sin montar una, que cuando vuelve a subirse a una no se olvida. ¿Usted sabe manejar motocicleta?, me pregunta absorta, como si no hubiera escuchado nada de mi discurso romántico.
Una mujer que parece haber olido el tinto humeante se une a la conversa. Liliana le dice que en Alemania los curas sí se casan y tienen incluso hijos. La señora mira confusa, como preguntándose qué será eso de Alemania. Liliana me señala acusadora: él me lo dijo. La señora bebe un sorbo, toma aire y: “Aquí hubo una señora que estuvo con un cura. Ella era de la provincia de Nariño, pero vivía acá en San Agustín, en unas casas de por allá…sus hijos todavía están. Siempre que se acercaba la Semana Santa se quedaba mula…¿Muda?, pregunto…no, no, mula. En cuanto llegaba Domingo de Ramos su cuerpo se le quedaba tieso, así, y no se la podía sacar de la cama. Empezaba a gritar y la baba se le caía por la boca y los ojos, así mire, se le ponían así de grandes. El cura iba a verla hasta dos veces por día, el pobre, como si no tuviera otra cosa que hacer, iba con agua bendita y ella saltaba de la cama cada vez que le hechaban. Le acompañaba la gente del pueblo porque tocaba amarrarla, fuerte, y llevaban Biblias y crucifijos y oraban para consolarla. Entón por eso que le llamaban mula, porque babeaba y toda tiesa estaba. Pero luego para el martes o miércoles después ya se le iba y ya estaba normal, como si nada hubiera pasado. Yo era muy pequeña pero recuerdo que, porque todo esto que le digo es verdad, hay testimonios y además mentir es pecado…entón recuerdo que las mujeres que no creían ahí las llevaban o acompañaban al cura y tú podías ver. Y esto le pasaba todos los años y ella decía que era porque había estado con un cura. Eso decía.” En ese momento miro a Liliana, como advirtiéndola del peligro de su idea de casarse con un cura, pero ella sigue indiferente devorando otro patacón…Quizás siga pensando en Alemania, el paraíso de los curas casados.
sábado, 9 de abril de 2011
Corrido
sábado, 12 de marzo de 2011
fotografía estenopeica

La cámara estenopeica no tiene lentes ni nada que intercepte el contacto de la luz con el negativo. En vez de película se usa papel fotosensible, que luego se rebela para positivarlo. La cámara la hice a partir de cartón reciclado y plastico negro de los envases de leche (aca la leche va en bolsa, no en tetrabrik!).
lunes, 28 de febrero de 2011
Imagen del grupo del que era tutor rodando en casa de uno de los personajes del documental. El cortometraje retrata a tres generaciones de mujeres wampis que narran las oportunidades que han tenido en la vida y cómo han acabado
EN EL CAMINO (y sigue)
2.
Hoy he preparado para cenar tortilla de patata. Desde que estoy aquí he depurado mi técnica, porque en España hice una o dos en 26 años. Aquí las 5 o 6 veces que he podido acceder a una cocina con libertad he preparado sólo tortilla. Esta vez creo que es la mejor que he hecho hasta la fecha. Para América somos tortillas de papa andantes, que conviene recordar, la papa se la robamos, como todo lo demás, y añadiendo unos simples pocos de huevos la convertimos en patrimonio nacional. Por eso en cada tortilla doy lo mejor de mí…
Ayer preparamos Ana y yo paella. Con el pescado que nos colaboraron las mamitas en el mercado hicimos un caldo y le añadimos los 10 camarones que teníamos. Al final lo único que tenía de paella era el caldo, no había ningún bicho, ni paellera,…el arroz me quedó crudo por los lados…he fallado como español.
Por cierto que en Perú tienen un plato parecido a la paella llamada arroz con mariscos. Nadie sabe decir todavía a ciencia cierta cual es la original y cual la copia...
3.
Ya no importa la fecha que es, no anoto los días ni el mes. Sigo en Vilcabamba, enamorado de sus paisajes y personajes. Me acuerdo de Hans, el viajero sin rumbo de la última novela que leí, que quedó atrapado en la ciudad de Wandernburgo sin saber por qué. Los días van pasando con ritmo cíclico, sin acelerones, cada día surge una actividad que nos mantiene a todos ocupados. Hoy es lunes y nadie tiene que madrugar para ir trabajar; nadie tiene que tomar el metro, ni que correr porque llega tarde a alguna cita. Hoy Leonor cose, Marcela estudia un libro y hace anotaciones en su cuaderno de viaje; León teje otra pulsera, Mauri prepara pan integral en el horno y Amondin y Hugo se van a pasear por la montaña. Ana juega con Arum a hacer animalitos de plastilina y Zampa, machete en mano, limpia la entrada de malas hierbas. Todos aprendemos de todos, todos se alimentan de lo que hacen. Ayer a la noche lo hablé brevemente con Leonor. Aquí trabajamos para nosotros mismos, sin patrón, sin ambiguas jerarquías que nos ordenen qué hacer, sin puestos de trabajo que nos digan qué somos. A golpe de nuestra propia rutina, somos como un cuerpo que trabaja para el conjunto, sin nadie que destaque, sin envidias ni recelos.
Ayer fui a dar un paseo matutino por la montaña hasta llegar a una pequeña cascada donde me bañé. Al mediodía estaba hambriento, tras seis horas de caminata y caí por el restaurante con el menú más barato. Hace días que no como carne y se siente bien. En una mesa estaba Javi, un antiguo inquilino de la casa, natural de Barcelona. Estuvimos hablando de nuestros orígenes, de cómo nos educan para acumular riquezas que luego nunca podemos disfrutar porque tenemos que pagar innumerables facturas. Él toca el didgeridoo para sacar el alimento de cada día. Esa mañana había sacado cuatro dólares con los que puede almorzar y cenar, tomarse un café a la tarde y acompañarlo con un par de cigarrillos. ¿Para qué más?. Tengo toda la tarde libre para dedicarme a leer, a escribir, o a lo que quiera, dice sonriendo. La conversación deriva por muchos lados. En uno de ellos hablamos de las discotecas, de cómo la gente no va a bailar si no a un desfile de modas patrocinado por Cristianos Ronaldos y Shakiras. Me vienen recuerdos de aquellas noches. Recuerdo que muchos días me encerraba en mi cuarto, a pensar obsesivamente en algo que estuviera trabajando y al caer la noche necesitaba desfogarme. En mi círculo de amigos bromeábamos con que todos teníamos a una pequeña bestia en nuestro interior que nos empujaba cada noche a emborracharnos y buscar a una presa que llevarnos a la cama. Era la bestia quien quería drogarse, quería gritar y armar un escándalo, cantar junto a los borrachos, meterse en la profundidad de las cloacas de Madrid, codearse entre las ratas, oler nuestros propios excrementos.
Hace tiempo que no siento la llamada de la bestia. Ya no tengo que alimentarla porque acá no tiene oportunidad ninguna de salir, no le doy motivos. Acá hay luz, incluso de noche.



